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26-09-2017 |
Alemania: triunfo de la xenofobia
Editorial La jornada
La canciller alemana, Angela Merkel, se alzó ayer con una agridulce victoria electoral que le permitirá mantenerse en el poder por un cuarto periodo consecutivo, con lo que habrá estado al frente de la mayor economía europea de 2005 a 2021. Pues aunque la coalición de centroderecha que integran la Unión Cristiano Demócrata (CDU) y la Unión Social Cristiana (CSU) repitió como la fórmula más votada, el triunfo se vio opacado por el crecimiento imparable de Alternativa por Alemania (AfD, por sus siglas en alemán), partido de extrema derecha que con 13 por ciento de los votos se convirtió en el primero de corte neonazi que ingresa al Parlamento alemán y en tercera fuerza política del país.
El ascenso de AfD tiene su correlato en el hundimiento de las dos formaciones que se han alternado el gobierno alemán desde la creación de la hoy extinta República Federal Alemana, pues tanto la tradicional alianza CDU-CSU como el Partido Socialdemócrata (SPD, centroizquierda) obtuvieron su peor resultado en las casi siete décadas desde las primeras elecciones de posguerra.
La explicación de esta debacle de los partidos mayoritarios se ha encontrado en la reacción de amplios sectores conservadores a la postura de Merkel durante la crisis humanitaria producida por el éxodo de millones de personas, quienes huyeron de naciones que enfrentan conflictos armados o graves crisis económicas, sobre todo Siria, Afganistán y África subsahariana. En efecto, la entrada de casi un millón de refugiados al territorio de la república federal ha reavivado viejos sentimientos xenófobos y preocupaciones por la continuidad de lo que algunos entienden como la cultura y las virtudes alemanas.
Aunque preocupante por el nefasto mensaje que significa el ingreso al Poder Legislativo nacional de la ultraderecha xenófoba, entre cuyos miembros no han faltado expresiones de cuño inocultablemente neonazi, el crecimiento de AfD dista de ser sorpresivo. Debe recordarse que el peligro se encontraba latente desde que en marzo de 2016 el partido irrumpió en tres elecciones regionales y se convirtió en la segunda fuerza en Sajonia-Anhalt, una importante región industrial, mientras hace justo un año infligió una dolorosa derrota a Merkel en Mecklemburgo-Pomerania Occidental, donde la canciller tiene su domicilio.
Es necesario plantear dos consideraciones ante este avance de la xenofobia –cuya manifestación más dramática ha sido el triunfo del Sí en el referendo que en junio de 2016 llevó a la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea. Primera, que el asilo a las personas provenientes de regiones donde sus vidas se encuentran en riesgo no es un favor hecho por las naciones ricas, sino un elemental deber humanitario y, en el caso de las potencias occidentales, un resarcimiento por las medidas de desestabilización política y expolio económico que han desplegado en los siglos anteriores, las cuales constituyen causas directas e indirectas de que centenares de miles de seres humanos se vean obligados a dejar atrás sus naciones de origen.
En segundo lugar, quienes se oponen al ingreso de refugiados con la absurda especie de que éstos ponen en riesgo la identidad cultural de Occidente, bien harían en recordar que la política de Merkel responde ante todo a las necesidades la propia Alemania, donde el acelerado envejecimiento demográfico vuelve imperativa la atracción de jóvenes trabajadores para mantener su poderío industrial. Medida que, por otra parte, de ningún modo resulta inédita: idéntico camino se siguió durante los años 60 y 70 del siglo pasado al promover la llegada de trabajadores turcos, cuyo aporte cimentó la actual posición de liderazgo económico alemán.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx
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